miércoles, 7 de mayo de 2008

La clave de nuestra resistencia - Emil Cioran

De "Breviario de podredumbre" (Précis de décomposition, 1949)
- Emil Ciorán.

Quien llegase, por una imaginación desbordante de piedad, a registrar todos los sufrimientos, a ser contemporáneo de todas las penas y de todas las angustias de un instante cualquiera, ese -suponiendo que tal ser pudiera existir- sería un monstruo de amor y la mayor víctima de la historia del sentimiento. Pero es inútil figurarnos tal imposibilidad. Nos basta con proceder al examen de nosotros mismos, con practicar la arqueología de nuestras almas. Si avanzamos en el suplicio de los días, es porque nada detiene esta marcha excepto nuestros dolores; los de los otros nos parecen explicables y susceptibles de ser superados: creemos que sufren porque no tienen suficiente voluntad, valor o lucidez. Cada sufrimiento, salvo el nuestro, nos parece legítima o ridículamente inteligible; sin lo cual el luto sería la única constante en la versatilidad de nuestros sentimientos. Pero no llevamos luto más que por nosotros mismos. Si pudiésemos comprender y amar la infinidad de agonías que se arrastran en torno a nosotros, todas las vidas que son muertes ocultas, necesitaríamos tantos corazones como seres hay que sufren. Y si tuviésemos una memoria milagrosamente actual que guardara presente la totalidad de nuestras penas pasadas, sucumbiríamos bajo tal carga. La vida sólo es posible por las deficiencias de nuestra imaginación y de nuestra memoria.

Sacamos nuestra fuerza de nuestros olvidos y de nuestra incapacidad para representarnos la pluralidad de destinos simultáneos. Nadie podría sobrevivir a la comprensión instantánea del dolor universal, pues cada corazón no está encallecido más que para una cierta cantidad de sufrimientos. Hay a modo de límites naturales para nuestra resistencia; sin embargo, la expansión de cada disgusto los alcanza y, a veces, los rebasa: es a menudo el origen de nuestra ruina. De aquí deriva la impresión de que cada dolor, cada disgusto, son infinitos. Lo son, en efecto, pero solamente para nosotros, para los límites de nuestro corazón; y aunque éste tuviera las dimensiones del vasto espacio, nuestros males serían aún más vastos, pues todo dolor sustituye al mundo y de cada pena hace otro universo. La razón se atarea vanamente en mostrarnos las proporciones infinitesimales de nuestros accidentes; fracasa ante nuestra tendencia a la proliferación cosmogónica. Resulta así que la verdadera locura no es nunca debida a los azares o a los desastres del cerebro, sino a la concepción falsa del espacio que se forja el corazón...

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